Uno de los riesgos que presenta la lectura solitaria de los textos clásicos del budismo, sin la guía de alguien ya formado en esta doctrina, es la de darles un significado erróneo, en muchos casos, debido a la interpretación en sentido literal que de algunos de sus enunciados se hace; no sabiendo ir, por tanto, más allá de las palabras que en estos textos se expresan. Así, por ejemplo, cuando muchos practicantes autodidactas leen en el Fukan Zazengi, de Dogen, que hacer zazen es Realización (como sinónimo de Despertar) se quedan ahí, como absortos en su zazen, asumiendo esta idea mediante un mero acto de fe; convenciéndose de que ya no hay nada más que hacer, pues creen entender en las palabras de Dogen que al sentarse en zazen ya están Realizados. No penetrando, de esta manera, en su meditación, yendo más allá de las palabras; y no comprendiendo, por ello, que Dogen escribió esto desde su propio estado Realizado -o Despierto-. No comprendiendo, por tanto, que es cuando la Realización se manifiesta en uno mismo, cuando zazen no es distinto de dicha Realización, y no antes.
En este hecho, el de ir más allá de las palabras, se pone especial hincapié en el budismo zen. Por ello, en esta doctrina, se dice que "muchos se quedan absortos mirando al dedo, cuando el maestro les señala a la luna"; en referencia al ejemplo expuesto anteriormente, entre otros. Y por ello, también, se dice que los teishos, o charlas del maestro a los aprendices, han de ser, siempre, "de corazón a corazón". Expresión que se refiere a que, por medio de la escucha atenta y vacía, el aprendiz ha de penetrar las palabras del maestro yendo más allá de ellas, hacia el modo en que éstas resuenan en su interior despertando su intuición; hecho que habrá de verse reforzado mediante sus avances en la práctica de zazen.
La gran paradoja del zen, y la del budismo en general, cuyo núcleo experiencial es la realización de la Vacuidad -como expresión del Satori o el Despertar-, es la dificultad con la que éste se encuentra al tratar de comunicar dicha Vacuidad con el mismo lenguaje que, precisamente, la impide. Pues, el propio lenguaje consiste en comunicar “ideas”; dándose, por tanto, la contradicción de que describir o enunciar la Vacuidad, implica que ésta deje de ser la Vacuidad misma para convertirse en "la idea" de la Vacuidad; para convertirse, por tanto, en "algo". Así, finalmente, los que han realizado la Vacuidad dentro de sí, se dan cuenta de que ésta no puede ser "comunicada" de una mente a otra mente; como se comunica, por ejemplo, la noción matemática de lo que es una derivada. Si no que, dicha Vacuidad, tan sólo puede ser "inducida" en el otro; y sólo puede llevar a cabo esta "inducción" aquél que ya se ha sumido en ella, porque es el que la conoce directamente. Así, el maestro, no comunica la Vacuidad al discípulo, sino que trata de inducirla en él. Especial énfasis en este aspecto de la inducción de la Vacuidad, por parte del maestro hacia el discípulo, se da en el Zen Rinzai japonés y en el Dzogchen tibetano. Las herramientas que, para ello, utilizan las diferentes escuelas del budismo son dispares.
Por último, en línea con todo lo anterior, la misma noción budista de "maya", consistente, en uno de los aspectos más avanzados de la práctica, en la comprensión de que las mismas palabras que nos representan el Mundo son el primer obstáculo que se nos aparece al tratar de aprehenderlo directamente, no es exclusiva del budismo; ni de oriente, en general. Ya, en occidente, Korzybski decía, en relación a la semántica, que "el mapa no es el territorio que representa". Su contemporáneo, el filósofo Wittgenstein, dijo: "los límites de mi lenguaje son los límites de mi mundo". Antes que ellos, Kant, hablaba del nóumeno o "la cosa en sí", para referirse a aquello hacia lo que apuntan las palabras, pero que no puede ser "atrapado" por éstas. Y antes que él, Aristóteles dijo que "la palabra ´perro´ no ladra". Y, aún antes que Aristóteles, los babilonios dijeron que "aquello que no puede ser nombrado, no puede ser pensado", haciéndonos ver que los objetos se nos aparecen como tales porque, previamente, son pensados/designados. Y el Buda, que también comprendió esto, cuando en uno de sus discursos quiso enseñar la verdad primera a sus discípulos, simplemente, mostró una flor. Maha-kashapa, súbitamente, comprendió y la recibió con una sonrisa. Como nosotros, los practicantes de zazen, cuando súbitamente comprendamos, habremos de soltar una carcajada al darnos cuenta de que zen no es la unión de la "z", la "e" y la "n". ¿Obvio, no?